jueves, 7 de septiembre de 2023

Conflictos, Crímenes de Guerra y Desigualdad

Imagen genocidio jemeres rojos, Camboya
Según Pinker, en la actualidad la violencia ha disminuido radicalmente en todas sus manifestaciones hasta conocer los niveles más bajos de la historia. En su opinión, el hecho de que actualmente haya guerra en Siria es que el descenso de la violencia en el mundo no ha alcanzado el nivel cero. Paralelamente, también hoy en día viven en paz países como Angola, Vietnam o Nicaragua que antes fueron escenarios de cruentos conflictos bélicos (entrevista aquí). Sin embargo, las guerras, conflictos y episodios de violencia siguen existiendo. La pregunta parece obvia: ¿Por qué existen guerras? Por motivos económicos (aumento de la desigualdad), por motivos ideológicos, por conflictos étnicos... No está claro.

Para empezar, os recomiendo la siguiente entrevista a Joan Esteban quien estudia junto con Debraj Ray la relación entre los conflictos bélicos y la desigualdad económica. Ambos autores dudan que la desigualdad sea la principal causa de los conflictos e inciden en el concepto de polarización. En otras palabras, la existencia de muchos pobres y un solo rico no implica la existencia de un conflicto. Por el contrario, si en una sociedad se observan dos grupos igual de pobres o igual de ricos, aumentan las posibilidades de un conflicto. Para estos autores, la sociedad se polariza por más factores que por cuestiones económicas (igualdad de rentas). Las guerras, las huelgas, los disturbios y otras tensiones sociales constituyen elementos de polarización evidentes. Os recomiendo el artículo de The Economist, Civil wars: How to stop the fighting, sometimes.

Más interrogantes. ¿Qué es lo que lleva a las personas a cometer crímenes de guerra? ¿Constituye la radicalización de las ideologías políticas una respuesta a esto? O, por el contrario, existe algo más.


Matanza de Srebrenica, 1995
Todos conocemos las atrocidades cometidas por Japón en territorio chino (más de trescientos mil civiles asesinados en Nankín), las represiones durante la Guerra Civil Española (Badajoz y Paracuellos), el atroz Holocausto llevado a cabo por los genocidas nazis (Shoah) o incluso el canibalismo cometido por los soldados japoneses según reflejan Beevor y Hastings en sus últimos libros. Keith Lowe en "Continente Salvaje" (reportaje aquí) relata las atrocidades cometidas en Europa en los últimos meses de la IIGM (por ejemplo, las violaciones masivas del ejército soviético por venganza al invadir Alemania o el bombardeo aliado en Dresde). Seguimos: la dictadura estalinista (Stalin dejó morir a más de siete millones de campesinos), la revolución cultural de Mao Tse Tung y las matanzas perpetradas por el maoísta Pol Pot en Camboya (os recomiendo el libro de Denise Affonço, El infierno de los Jemeres Rojos). Más recientemente, el genocidio perpetrado en Ruanda, Milosevic y su idea de la Gran Serbia corrieron paralelas a las matanzas organizadas por un doctor (psiquiatra), Radovan Karadzic, en Bosnia, y así se podría continuar hasta una lista casi interminable. Según Solzhenitsyn para matar a millones de personas hace falta una ideología. Ejemplos existen varios: cristianismo (Cruzadas y Guerras de Religión), islamismo (Guerra Santa y movimientos terroristas actuales de carácter masivo), el romanticismo revolucionario (asesinatos durante la Revolución Francesa), nacionalismo (genocidio praticado por el Imperio Otomano en los Balcanes y en Armenia, los Balcanes de finales del siglo XX, el imperialismo japonés, o incluso la propia Primera Guerra Mundial), nazismo (Holocausto), marxismo (la URSS de Lenin y Stalin, Mao en China, Pol Pot en Camboya). Sin embargo, el problema no es Hitler ni Stalin, el problema son las personas que votaron a Hitler en unas elecciones libres (más de un tercio), los intelectuales que justificaron (o justifican) las políticas comunistas y/o marxistas por simple oposición al capitalismo, o aquellos que no condenan los crímenes de dictaduras de extrema derecha ya extintas (España, Chile, Argentina o El Salvador, entre otras). En cualquier caso, nazismo, fascismo, franquismo, comunismo, stalinismo y dictaduras varias (regímenes totalitarios) coinciden en un punto crucial: la abolición de la libertad.

¿Fue justificable lanzar la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki para terminar con la guerra y ahorrar miles de vidas norteamericanas? Aun más. ¿Es justificable reaccionar con más violencia ante hechos injustificables? ¿Se puede justificar la tortura para evitar actos terroristas o guerras futuras? (véase documental Dirty Wars, audio Hoy empieza todo aquí; para los más cinéfilos os recomiendo La noche más oscura).

W.G. Sebald (1944-2001) en un libro titulado Sobre la Historia Natural de la destrucción detalla que durante la Segunda Guerra Mundial, 131 ciudades y pueblos alemanes fueron objetivo (y arrasados casi por completo) de las bombas de los Aliados. Murieron seiscientos mil civiles alemanes: una cifra que duplica el número de las bajas de guerra sufridas por los americanos. Siete millones y medio de alemanes quedaron sin hogar. El autor se pregunta: ¿por qué este tema ocupa tan escaso espacio en la memoria cultural de Alemania? Giles Macdonogh en un libro reciente del 2010, Después del Reich señala que más de tres millones de alemanes murieron innecesariamente tras el anuncio oficial del final de la guerra. Un millón de soldados murió antes de poder regresar a las ruinas de lo que fueran sus hogares. Dos millones de civiles alemanes fueron víctimas de enfermedades, frío, hambre, suicidios o asesinatos en masa. En los Sudetes, 250.000 alemanes fueron masacrados por compatriotas checos y hechos similares tuvieron lugar en Polonia, Silesia y el Este de Prusia. En su ocupación de Alemania, a los Aliados no les tembló el pulso a la hora de aplicar los mismos métodos de represión nazis. Así, se sucedieron oleadas de pillaje y expolio de las ciudades ocupadas, violaciones masivas (sobre todo por el ejército soviético), se reutilizaron los campos de concentración y exterminio, se expulsó a más de 16.500.000 de civiles de sus hogares o apenas se repartieron alimentos entre una población famélica. Martin Amis reflexiona sobre la tolerancia de los intelectuales occidentales ante el estalinismo en un libro excelente titulado Koba el Temible.

¿Existen respuestas? A lo mejor... NO

Plano Campo Auschwitz. Original aquí
Los escritores Sönke Neitzel y Harald Welzer reflexionan en su libro Soldados del Tercer Reich a partir de los testimonios de prisioneros de guerra alemanes en campamentos británicos y estadounidenses. En varias de sus conversaciones (grabadas en secreto), espontáneas, se hablaba de secretos militares, de los puntos de vista sobre el enemigo, sobre sus propios líderes, sobre la aniquilación de los judíos, lo que suponía bombardear a poblaciones indefensas, la normalidad en cometer violaciones y crímenes. Las conclusiones a que llegan estos autores, simplemente dan miedo. Resulta que no todos los que participaron en crímenes de guerra fueron nazis. Tampoco parece que un mayor nivel educativo aumentara la ética. Más bien, al contrario. A mayores niveles de educación, más capacidad de matar injustificadamente. Repito, simplemente da miedo.

Más hechos inexplicables. En julio de 1941, la mitad de los habitantes de la población polaca de Jedwabne se levantó contra la otra mitad. En un acto terrible, en el cual el ejército nazi de ocupación asistió como mero espectador, los polacos de Jedwabne acabaron con la vida de casi todos los judíos del pueblo: 1600 personas entre hombres, mujeres y niños. Sorprendentemente no fueron nazis anónimos quienes apalizaron, acuchillaron, estrangularon o prendieron fuego a los judíos de Jedwabne, sino sus propios vecinos con los que hasta entonces habían convivido normalmente. Y es que a pesar de que todos recordamos tristemente el Gueto de Varsovia, Polonia ha sido históricamente antisemita. Sobre el tema existe un libro publicado por Jan T. Gross. Vecinos: el exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, Polonia.

En 1963 Hannah Arendt escribió para The New Yorker una serie de reportajes sobre el juicio a Eichmann en Jerusalén. Varias ideas se desprenden de su libro: la banalidad del mal (los alemanes colaboraron en el genocidio judío porque así lo estipulaban las normas del régimen nazi, jamás reflexionaron o se preocuparon por sus actos, únicamente se preocuparon por el cumplimiento u obediencia de las órdenes) y la colaboración de los Consejos Judíos con los nazis durante el Holocausto. Os recomiendo el libro Eichmann en Jerusalén (película aquí). Adicionalmente os recomiendo las películas El hombre de la cabina de cristal, La decisión de Sophie, El lector y Los falsificadores.

¿Podríamos volver a repetir estas cosas? Todo apunta a que sí. El denominado experimento Milgram nos demuestra que los seres humanos, ante la orden de una autoridad, la obedecerían sin más siendo capaces de cometer actos de suma crueldad. De hecho, si por cualquier circunstancia en un determinado momento surgieran campos de concentración, casi el 70% de los ciudadanos estarían dispuestos a formar parte del mismo al tiempo que castigarían a otros seres humanos. Recientemente se repitió el experimento para la televisión francesa y los resultados fueron prácticamente los mismos. Os invito a ver este documental basado en el experimento de Milgram (emitido en La Noche Temática): el juego de la muerte.