Reproduzco y copio integramente el artículo de Leandro Prados de la Escosura publicado este domingo (25 de octubre) en El País y titulado 30 años en la UE, una visión desde la historia económica. Excelente radiografía del impacto de la UE en la economía española. Prados de la Escosura es probablemente en la actualidad el mejor historiador económico español y uno de los más conocidos en el plano internacional.
***
Cuando se cumplen 30 años de la firma de los acuerdos de acceso de España a la Unión Europea, la economía española comienza a salir de la Gran Recesión.
Ésta ha supuesto una contracción del PIB real por habitante en un 10%
entre el año previo a la crisis, 2007, y el año en que tocó fondo, 2013.
Una caída de esta magnitud sólo es comparable en el último siglo y
medio —si se exceptúa la Guerra Civil (1936-1939)— a la ocurrida durante
la Gran Depresión (un 9% entre 1929 y 1935). Mientras, la desigualdad
de la distribución personal de la renta aumentaba en cinco puntos en el
índice de Gini (de 30 a 35, rango en el que España ha oscilado durante
los últimos 50 años), un nivel comparativamente moderado pero asociado al fuerte incremento del desempleo. El resultado conjunto ha sido una significativa contracción del bienestar.
La Gran Recesión interrumpió un crecimiento sustancial y sostenido
del PIB que habría permitido elevar el ingreso por habitante en un 87%
entre 1986 y 2007, y situar el nivel de la renta per capita española (en
términos de poder adquisitivo) por encima del 90% de la de Francia o
Reino Unido. La sensible contracción posterior, absoluta y relativa, del
PIB por habitante proporciona una oportunidad para examinar lo ocurrido
en España durante las tres últimas décadas.
Los éxitos del período 1986-2007
fueron celebrados por los distintos Gobiernos, sin distinción de
ideología. Las limitaciones, sin embargo, fueron, en gran medida,
pasadas por alto. Un balance de los logros y debilidades de ese
progreso, que permita comprender el alcance de la Gran Recesión en
España y aventurar cómo conseguir la recuperación, requiere una visión
de largo plazo.
Desde el punto de vista del bienestar material de los individuos, la
clave radica en el PIB por habitante. Este creció por encima de un 5%
anual en las dos décadas anteriores a 1974 y, tras contraerse el ritmo
de crecimiento a una tercera parte entre 1975 y 1986, volvió a
acelerarse hasta 2007, alcanzando una velocidad de crucero del 3%.
El PIB per capita puede descomponerse en el PIB por hora trabajada y
el número de horas trabajadas por persona. Esta sencilla operación
permite poner de relieve que, a partir de 1975, el ritmo de expansión
del PIB por habitante dejó de reflejar el de la productividad laboral.
Así, en los últimos 40 años, las fases de aceleración y desaceleración
del PIB por habitante son inversas a las de la productividad laboral. En
los años de transición a la democracia (1975-1985), por ejemplo, se
desaceleró el crecimiento del PIB per capita mientras se mantuvo, y aún
aumentó, el de la productividad del trabajo. De este modo, el incremento
de la productividad laboral compensó más que proporcionalmente la caída
del empleo. Esta situación se ha vuelto a producir durante la Gran
Recesión, si bien, en esta ocasión, el incremento de productividad del
trabajo no ha logrado compensar el aumento del desempleo. En los años
1986-2007, por el contrario, tras el potente avance del PIB por
habitante se encontraba un aumento sustancial del número de horas
trabajadas por persona, pero un débil crecimiento de la productividad
laboral. Esta relación inversa entre la aceleración del PIB por
habitante y la de la productividad pone de relieve que, durante
1986-2007, los sectores que se expandieron y crearon nuevo empleo
(servicios y construcción) no fueron aquellos que experimentaban
innovación tecnológica y atraían inversión.
Más relevante aún resulta averiguar que subyace tras la evolución de
la productividad laboral. Ésta depende de la dotación de capital por
hora trabajada en un sentido amplio, que incluye no sólo capital
tangible —infraestructuras, maquinaria, material de transporte— sino
también capital humano —habilidades de la mano de obra— y capital
intangible —tecnología de la información, productos de la propiedad
intelectual—, y de la eficacia con que se emplean estos recursos, lo que
se denomina productividad total o multifactorial. Los resultados son
contundentes. Entre comienzos de los años cincuenta y la entrada de
España en la Unión Europea más de la mitad del crecimiento de la productividad laboral
alcanzado se debió al aumento de la productividad total. Esta situación
se alteró dramáticamente a partir de 1986, en la que el
comparativamente débil aumento de la productividad laboral dependía de
manera prácticamente exclusiva de la mayor dotación de capital
(principalmente tangible) por hora trabajada.
¿Qué explica este dramático cambio en las fuerzas subyacentes tras el
crecimiento del PIB por habitante? La situación de la economía española
en el contexto internacional ayuda a entenderlo. En la etapa de fuerte
crecimiento de la productividad, la economía española se hallaba muy
lejos de la frontera tecnológica que representaban los EE UU. En la era
del modelo industrial fordiano, y en un contexto de estabilidad
económica y política, las oportunidades de inversión y de difusión de la
tecnología norteamericana eran considerables. Así, la transferencia de
tecnología extranjera y la renovación y expansión del stock de capital,
con la incorporación de nueva tecnología que llevaba aparejada,
constituyeron el sustrato del incremento de productividad laboral y
multifactorial en España. El cambio estructural, esto es, la
transferencia de recursos, mano de obra especialmente, desde sectores de
baja productividad o donde la productividad crecía lentamente
(agricultura, industrias tradicionales o resguardadas de la competencia
por razones políticas) a aquéllos donde era de elevada se expandía
velozmente, fue un importante ingrediente del aumento de eficiencia. El
capital humano, mientras, desempeñaba un papel secundario, más allá de
un segmento de ingenieros y mano de obra cualificada que se formaba, con
frecuencia, en el lugar de trabajo.
Tras estas tres décadas de progreso acelerado, podría aducirse que el acercamiento a la frontera tecnológica habría dejado exhausto al potencial de crecimiento.
Aunque esta hipótesis resulte tentadora, porque exculparía la
desaceleración de la productividad y la eficiencia de la economía
española, no se compadece con la situación en países de nivel análogo
como, por ejemplo, Corea del Sur, Finlandia o Irlanda.
En realidad, en la medida en que la economía se acercaba a la
frontera tecnológica, la flexibilidad tanto en los mercados de
productos, como en los de capital y de trabajo, y la acumulación de
capital humano e intangible se volvieron requisitos indispensables para
acceder a nuevas oportunidades de crecimiento. España, sin embargo, ha
iniciado esta senda tímida y tardíamente, como se refleja en la limitada
introducción de las tecnologías de la información —especialmente, en
los servicios y en empresas de tamaño pequeño o medio—, mientras nuestra
economía experimenta la competencia de otras hasta no hace mucho
consideradas emergentes (Corea del Sur, Israel, Taiwán). En efecto,
entre 1995 y 2007, mientras la productividad laboral habría crecido tan
sólo a un 0,8 % anual, el capital intangible contribuiría tan sólo
modestamente a la dotación total de capital por hora trabajada y la
productividad total se habría contraído a un -0,6% anual, situación
similar tan sólo a Italia dentro de los países de la OCDE.
Así, pues, crear el marco institucional adecuado, incluyendo la
introducción de competencia en los mercados de productos y de factores, y
formar una mano de obra cualificada para afrontar la nueva revolución
tecnológica, parecen requisitos indispensables para que, en un mundo
global y altamente competitivo, un país paulatinamente envejecido sea
capaz de superar de manera definitiva la Gran Recesión y crecer de
manera eficiente y sostenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario