En el año 800 el papa
León III (795-816) coronó emperador a
Carlomagno. Nacía el
Sacro Imperio Romano con sede en
Aquisgrán, continuación del antiguo
Imperio Romano de Occidente. El emperador se convertía en protector (militar) y garante de los intereses del papa y de la iglesia, pero al mismo tiempo se reservaba el derecho a ratificar la elección de un nuevo pontífice. Este gesto selló la ruptura definitiva con
Constantinopla. La Iglesia Romana promovió el nacimiento de un nuevo imperio europeo, optando por su propia seguridad y marginando (excluyendo) a Oriente. Europa optó por una nueva organización administrativa ya que fueron creados los condados y las marcas, gobernadas y controladas por los denominados “
missi dominici” (normalmente solían ser obispos) que daban cuentas directamente al emperador. En el año 843 el Imperio Carolingio de Carlomagno se dividió entre sus tres nietos gracias al
Tratado de Verdún. La parte oriental del imperio (la denominada Francia Oriental) incluía los ducados de
Alemannia,
Baviera,
Sajonia y
Turingia, así como las
marcas danesa y eslava. Desde entonces existió una monarquía electiva en los territorios germanos: el monarca era elegido por votación, donde los electores y los candidatos eran generalmente príncipes alemanes. ¿Qué significaba esto? La clave del poder no residía tanto en el monarca y sí en los principados. Los principados agrupaban a varios condados bajo la autoridad de un príncipe o duque que implicaba una política de defensa común e incluso un cierto sentimiento de identidad nacional. El príncipe reconocía al rey, de quien recibía su principado en forma feudo, pero tenía completa autonomía para establecer su autoridad. Obviamente esto provocaba ciertas tensiones entre la Monarquía y los distintos Principados.
El personaje que cambió la historia fue
Otón I coronado con el título carolingio de Rex et sacerdos en 936. Su
victoria ante los húngaros le dotó del suficiente prestigio entre los nobles alemanes y la jerarquía eclesiástica para afianzar (e incluso centralizar) el poder. En 961 ayudó al papa
Juan XII frente a
Berengario. Este apoyo le valió ser coronado emperador en 962, resucitando por segunda vez el imperio romano de occidente (la primera fue con Carlomagno): nacía el
Sacro Imperio Romano Germánico (más detalles sobre su funcionamiento
aquí). Sin embargo, la alianza con el papa duró relativamente poco, ya que Juan XII cambió sus preferencias políticas. Como respuesta Otón lo depuso, pero los ciudadanos romanos ni cedieron ni aceptaron al nuevo papa,
León VIII, impuesto por el emperador. De hecho, tras el fallecimiento de Juan XII eligieron a
Benedicto V. Hubo que esperar a una nueva campaña militar de Otón I en 966 para que consolidase su poder y para que su
hijo fuese nombrado emperador. En principio, el Sacro Imperio permaneció como una institución electiva en la cual se sucedieron distintas familias dinásticas a lo largo de la Edad Media (
Sajones u Otónidas,
Hohenstaufen,
Habsburgo). Durante ese periodo, las tensiones, las diferencias de criterio e incluso las guerras entre el Papado y el Imperio no harían más que sucederse.
Uno de los episodios más conocidos fue la
Querella de las Investiduras (pugna entre el poder laico y el poder eclesiástico), protagonizada por
Enrique IV de Sajonia (1056-1106). Dicha querella estalló debido a que el emperador quería designar libremente a los cargos eclesiásticos y administrar las rentas de los monasterios. Esto significaba pasar por encima de la autoridad papal estableciendo un control casi absoluto sobre la Iglesia.
Gregorio VII publicó en respuesta los
Dictatus Papae, en los cuales afirmaba que el poder, tanto espiritual como temporal, emanaba de la potencia divina. Y en dicho contexto, la Iglesia era su única representante y depositaria del poder divino. Es decir, era el papa quien habilitaba al emperador para gobernar, y no al revés (
reforma gregoriana). Enrique IV fue excomulgado. Dado que los súbditos abandonaron al emperador se vio forzado a dar marcha atrás (véase
Canossa). Sin mucha convicción ya que reincidió en sus pretensiones y fue excomulgado por segunda vez. Esta vez la respuesta del emperador fue menos contemplativa ya que respondió destituyendo a Gregorio VII, nombrando al
antipapa Clemente III y sitiando Roma durante tres años. Esta disputa se zanjó con el
Tratado de Worms (1122) en el cual se estableció que los obispos fueran elegidos por el clero de la diócesis y solamente después fueran ratificados por el emperador (además los tiempos de la investidura eran distintos: en Alemania primero se otorgaba la investidura y después la consagración obispal; en Italia era justo al revés). Con el tiempo los grandes nobles alemanes, temiendo perder su autonomía frente al poder absoluto y centralizado que la victoria sobre el papa proporcionaría al emperador, decidieron apoyar al Papado. De hecho, durante el reinado de
Conrado III Hohenstaufen de Suabia (1137-1152) surgió una enorme rivalidad entre los duques de
Hohenstaufen (denominados
Waiblinger, que en Italia se transformará en
gibelinos) y los duques de Baviera y la familia
Welfen de Sajonia (en Italia
güelfos) (más detalles
aquí).
En este contexto, no debe obviarse la corrupción y la confluencia de intereses económicos que impregnaba a toda la institución papal. En este sentido, el papa
Nicolás II (1059-1061) intentó reformar y acabar con la vida libertina de la mayoría del clero, contra la avidez de dinero y contra el exceso de poder. Con este fin convocó un sínodo en Roma donde se prohibieron: (i) las asignaciones arbitrarias de todos los cargos eclesiásticos; (ii) el matrimonio a los sacerdotes e incluso a los que tenían esposa se les insinúo que las abandonaran; (iii) a los laicos se les prohibió otorgar investidura a los obispos sin autorización papal; (iv) se decidió que el papa fuera elegido sólo por los cardenales, sin interferencias de los príncipes, del clero, del pueblo romano y del emperador (a quien únicamente se le reconocía el derecho a confirmar el papa ya elegido). Incluso recurrió a los normandos (Roberto Guiscardo), dueño por entonces de la Italia Meridional, embrión del futuro Reino de Sicilia. Obviamente fracasó. Décadas después el papa
Urbano II (1088-1099) organizó la
primera Cruzada cuyo objetivo era
liberar el Santo Sepulcro y Tierra Santa prometiendo a los que tomaran parte (y pagaran una cierta cantidad) la remisión de sus pecados (resulta que con dinero, uno tenía menos pecados).
Aunque no fue la única razón. Existían otras: la expansión y la necesidad de recursos de los distintos principados y ducados, el control del comercio con Asia y la obtención de recursos que permitieran al Papado luchar contra las Monarquías por las distintas esferas de poder (sobre la historia de las Cruzadas
aquí).
En esta película falta, no obstante, un actor más. A partir del siglo XI (crecimiento demográfico y económico) se atisba una importante recuperación de las ciudades europeas y en particular de las
ciudades-estado italianas: las Repúblicas Marítimas (
Venecia,
Génova -véanse
documentos diplomáticos relacionados con Estados Unidos-,
Pisa y
Amalfi),
Milán,
Bolonia,
Ferrara,
Lucca y
Florencia. ¿Por qué? La razón reside en las Cruzadas que favorecieron la reapertura comercial del Mediterráneo e intensificaron el comercio con Oriente y Asia (ver
revolution in trade and finance). Y claro esto propició fuentes de ingresos muy importantes a las ciudades que estimularon y fortalecieron la autonomía política de dichas ciudades italianas. Pero lo mismo ocurrió en Alemania: muchas ciudades se enriquecieron con el comercio, lo que enfrentó a dichos comerciantes con el poder feudal de príncipes y duques. En definitiva en muchas ciudades, situadas en el norte y centro de Italia (a menudo sedes obispales), las familias nobles, los comerciantes, los artesanos y las profesiones liberales (médicos, notarios, abogados) comenzaron ante la relativa crisis de la autoridad imperial a apropiarse de los poderes (seguridad, impuestos, aranceles y acuñación de moneda) que correspondían teóricamente al emperador. Esta tensión se acrecienta con el emperador alemán
Federico I de Hohenstaufen (Barbarroja) quien viaja a Italia para reconducir a los ayuntamientos con la fuerza de las armas. Su intención fracasa ante la reacción de las ciudades: los ayuntamientos lombardos, aliados en una liga (y sorpresa, apoyados por el papa), derrotaron a las fuerzas imperiales en
Legnano (1176). A largo plazo, esta derrota supondrá la paulatina pérdida de influencia política y militar del emperador frente a las ciudades italianas. En cualquier caso, su nieto
Federico II (1220-50), años después volvió a declarar la guerra a los ayuntamientos los cuales se dividieron en gibelinos (aliados con el emperador) y güelfos (enemigos del emperador, partidarios y/o apoyados por el papa). ¿Por qué no todas las ciudades italianas se pusieron en contra del emperador? Muy sencillo, porque entre las ciudades-estado italianas existía una enorme rivalidad y competencia. Por ejemplo, si Pisa y Siena eran gibelinas (aliadas del emperador) era debido principalmente a que Florencia era güelfa (aliada del papa). Además, el emperador del Sacro Imperio Germánico en su disputa con el Papado no cuenta con el apoyo de todos los príncipes alemanes para evitar que el emperador acapare todo el poder. A todo esto debemos ir sumando la influencia que paulatinamente irán adquiriendo la monarquía francesa y el
Reino de Aragón (en 1282 los
Anjou pierden
Sicilia a manos de Aragón:
vísperas sicilianas). En definitiva, todos contra todos y el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Así era la geopolítica del momento.
¿Cómo funcionaban las instituciones de las ciudades-estado italianas? Vamos a fijarnos por su importancia en el caso de Florencia (
aquí y
aquí). A mediados del siglo XII el emperador reconoció a Florencia su derecho a administrar justicia sobre su territorio (
Paz de Constanza, 1183). Desde entonces, con más o menos matices, la nobleza y las ricas familias de mercaderes dirigieron la ciudad. Al frente de Florencia estaban entre 8-12 cónsules, 2 ó 3 por barrio, que se servían de la colaboración de juristas. Este cargo no tenía por qué ser vitalicio. Así por ejemplo, el Comune de Siena estableció en su constitución de 1167 una limitación en el mandato de los gobernantes electos. En cualquier caso, el poder de dichos cónsules estaba sujeto al Consejo de Credenza y una asamblea que reunía a todos los ciudadanos cuatro veces al año. El consejo –con potestad consultiva y deliberativa- estaba formado por unos 100-150 miembros (entre los cuales había personas que no pertenecían a las clases nobles). Por su parte, la asamblea popular (arengo) se reunía 4 veces al año para ratificar la acción de los cónsules, aprobar tratados y confirmar los estatutos que recogían obligaciones y funciones de cada organismo municipal. Asimismo los enfrentamientos entre las grandes familias florentinas por el poder obligaron a crear en 1207 el cargo de
Podestá: se confió la justicia y una buena parte del poder ejecutivo y militar a un noble foráneo. Aunque aparentemente el ordenamiento municipal tenía un cierto carácter democrático, no todos los habitantes de Florencia gozaban de la ciudadanía política (aquellos que elegían a los cónsules y a los miembros del consejo y participaban en la asamblea popular). De hecho, en la práctica, el poder residía en una elite de nobles y de ricos mercaderes (información muy básica sobre el organigrama florentino
aquí).
Paralelamente estaban las instituciones populares, las cuales fueron cobrando cada vez más relevancia según crecía la
importancia económica, comercial y financiera de Florencia. Así aparecen y se consolidan los
gremios: asociaciones profesionales y/o de oficios, cada una de las cuales tenía un capitán o
gonfaloniero, un estandarte y un santo protector. Los gremios mayores eran 7: jueces y notarios, mercaderes de paños, cambistas, obreros de la lana, médicos y farmacéuticos, sederos o merceros, peleteros y curtidores. Los gremios menores eran 14: carniceros, zapateros, herreros, hosteleros, cerrajeros, panaderos y bodegueros, entre otros. Estamos sin duda ante el embrión de una incipiente burguesía. Florencia se dividía en 20 compañías, cada una de las cuales agrupaba a los ciudadanos de cada barrio. A la cabeza de cada compañía estaba un gonfaloniero, ayudado por 4 rectores; tanto uno como los otros eran elegidos por un consejo formado por 24 personas, elegidas a su vez por ciudadanos de cada compañía. En caso de guerra, las compañías tenían la obligación de constituir un ejército (recordemos que durante toda la Edad Media, el monopolio de la guerra estaba en manos de los nobles). Estas instituciones populares eran el instrumento que tenían los artesanos, comerciantes y profesiones liberales para delimitar el poder de los nobles.
Y así transcurre la segunda mitad del siglo XIII, un periodo donde la parte güelfa (aliados con el rey de Francia, véase
Carlos de Anjou) de la ciudad va consolidándose en el poder pero va cediendo paulatinamente cuotas de poder a la burguesía comercial. Al mismo tiempo, la importancia económica y política de la República de Florencia se consolida a escala europea y mundial. Con una población cercana a los 100,000 habitantes, sus redes comerciales y financieras se extendían por Francia, Germania y Oriente. Los banqueros florentinos eran los principales acreedores de los reyes de la cristiandad. En todas las plazas europeas dominaba el
florín. Desafortunadamente, las quiebras financieras de 1343-46 y la
peste de 1348 acabaron con gran parte de la población y acentuaron la crisis económica. Las quiebras financieras están asociadas en parte con los préstamos que los banqueros florentinos –fundamentalmente, los
Bardi, los
Peruzzi y los
Acciaiuoli- concedieron al rey de Inglaterra
Eduardo III en la
Guerra de los Cien Años contra Francia y al rey
Roberto de Nápoles. En suma, la bancarrota de los banqueros florentinos producida en la década de 1340, debido a la insolvencia del rey inglés, arrastró a numerosos mercaderes y fabricantes florentinos que habían invertido en negocios financieros.
Un síntoma, una causa o una consecuencia, o tal vez ambas cosas, es la crisis institucional que se vive en la república de Florencia causada por la fragmentación cada vez mayor del poder. Desde la primera mitad del siglo XIV se asiste lentamente al declive de los ordenamientos democráticos y al nacimiento de las señorías, una forma de gobierno basada en el poder exclusivo de una familia. En estos años, se aprecia cada vez más que los ordenamientos políticos de Florencia tienen una estructura bipolar. Por una parte, estaban los güelfos florentinos (cercanos al papa) surtidos en su mayoría por la denominada nobleza ciudadana (nobles y los grandes mercaderes). Por otra parte, el
gobierno municipal que estaba compuesto por el gonfaloniero de justicia y 8 priores. En este gobierno, los Gremios Mayores (6) prevalecían sobre los Menores (2) mientras los pequeños comerciantes, los artesanos y los asalariados u obreros (
ciompi) del gremio de la lana estaban excluidos de la representación política. Al principio permanecían en el puesto sólo dos meses, posteriormente seis. Por elección interna se elegía un gonfaloniero, dotado también de funciones de representación. Los priores debían consultar con otros dos organismos: el de los 12 hombres del bien y el de los 16 gonfalonieros. Entre las magistraturas colectivas, los 10 de valía ostentaban la función de organizar la defensa en caso de guerra, los 8 de la guardia desarrollaban funciones de policía secreta y los 6 del comercio velaban sobre las actividades económicas. Todos estos cargos eran elegidos aleatoriamente mediante un sistema de extracción de nombres. Otra peculiaridad consistía en que era posible consultar directamente al pueblo cuando se tomaban decisiones especialmente importantes (por ejemplo, en tiempos de guerra).
Este equilibrio de poder estalla entre 1375 y 1378 debido al conflicto entre Florencia y la iglesia de
Gregorio XI, la cual quiere ampliar sus territorios hacia la región italiana de
Emilia-Romaña. Los güelfos florentinos acusan a la burguesía de gibelinos (lo cual era falso porque hacía tiempo que en Florencia habían desaparecido los gibelinos). La burguesía consigue el apoyo de los Gremios Menores así como de los pequeños artesanos y obreros (
ciompi). Surge el polémico representante de los ciompi,
Michele di Lando, quien se convierte en gonfaloniero de justicia. La respuesta de los grandes mercaderes no se hace esperar: cierran talleres que provocan desempleo, hambre y frustración entre los obreros. Los ciompi intentan crear nuevas ordenanzas, pero sin éxito debido a que pierden el apoyo de los Gremios Menores. Es más, el 31 de agosto de 1378 una manifestación de la clase obrera es literalmente masacrada (un análisis más detallado
aquí). Definitivamente esta revuelta urbana y obrera fracasa en detrimento de la gran burguesía mercantil y financiera que se convierte en la fuerza hegemónica.
Es cierto, que esta fragmentación del poder y complejidad del gobierno florentino reducía su eficiencia, pero al mismo tiempo obligaba a pactar entre los distintos grupos de presión. Asimismo esta política de acuerdos constituía una garantía para evitar los regímenes personalistas y autoritarios (monarquías, ducados y dictaduras). Sin embargo, aunque formalmente Florencia continuaba siendo una república, el poder estaba cada vez más concentrado en unas pocas familias. De facto, Florencia estaba más cerca de una oligarquía que de un régimen republicano. Y llegamos a 1397, fecha en la cual
Juan de Medici funda la
Banca Medici. Cinco años después se convierte en prior del gremio del cambio. La
familia Medici pasa de ser considerada unos vulgares nuevos ricos a una familia de un prestigio considerable por su apoyo a la cultura y a la ciudadanía (en 1417 Juan ayudó decisivamente a la ciudad florentina cuando una epidemia de peste provocó más de 17.000 muertos).
¿Cómo hizo su fortuna la
familia Medici? En qué momento dejaron de ser unos simples agentes de cambio locales y se convirtieron en banqueros a escala mundial. Debemos recordar que durante este periodo coexistían múltiples sistemas monetarios: algunos basados en el oro, otros en la plata e incluso existían sistemas basados en metales de baja ley (cobre). Al tener que calcular la conversión y el tipo de cambio entre unas monedas y otras, el comercio a larga distancia y el pago de impuestos se veían afectados. Además la Iglesia condenaba la usura, por lo que el cobro de intereses no era sencillo. Así que el instrumento financiero decisivo de esta época va a ser la
letra de cambio. Aunque los genoveses fueron quienes inventaron la letra de cambio, serían los florentinos quienes sacaron más provecho. Veamos cómo funcionaba. Imaginemos un comerciante que debe a otro una suma que no puede pagar en efectivo hasta la finalización de una determinada transacción comercial a varios meses vista. El acreedor tenía varias alternativas: (i) podía girar una letra al deudor; (ii) utilizar la letra como medio de pago; (iii) obtener efectivo por ella con cierto descuento de un banquero dispuesto a actuar como agente. ¿Dónde está el negocio (business) y /o los beneficios? Dado que no existían intereses, a los impositores que arriesgaban su dinero se les daba una cantidad proporcional a los beneficios anuales de la firma. La rentabilidad venía dada por los beneficios que pudieran obtenerse de estas transacciones (para algunos esto dependía en cierto modo de la habilidad y astucia de cada uno y para otros era simplemente especulación financiera) y en el cambio de divisas (por ejemplo, no era lo mismo una letra de cambio girada en Florencia que una letra avalada por otra ciudad) que se producían con todas estas operaciones financieras. Tal fue la eficiencia de este sistema financiero que el sistema bancario italiano se convirtió en el modelo de partida que siguieron las naciones del norte de Europa en siglos posteriores (
Países Bajos primero e
Inglaterra y
Escocia después).
Con estas premisas en cuenta los elementos básicos que llevaron a la familia Medici al éxito fueron tres. En primer lugar, la clave de los negocios financieros de los Medici residió en la diversificación. Tradicionalmente los bancos italianos apostaban por el negocio basado en préstamos, lo cual les exponía a quiebras en cuanto un deudor importante (generalmente un rey y/o noble, lo cual, por otra parte, era relativamente frecuente) dejara de pagar. Los Medici diversificaron su negocio financiero: prestaban dinero, se dedicaban al cambio de divisas e incluso actuaban como entidades de depósito. En segundo lugar, descentralización. La Banca Medici consistía en un conjunto de múltiples sociedades interrelacionadas, basada cada una de ellas en un contrato especial y renegociado regularmente. Los directores de las sucursales no eran empleados, sino socios menores a los que se remuneraba con una parte proporcional de los beneficios. En tercer lugar, poder político. Una vez que la Banca Medici alcanzó unas dimensiones importantes, lo prioritario era mantener dicho estatus durante varias generaciones. Para ello intervinieron y controlaron cada vez más los mecanismos de representación política de la república florentina y sobre todo mantuvieron relaciones muy estrechas (políticas y financieras) con el Papado. Conocido es el consejo del papa
Pío II, quien exhortaba a los visitantes extranjeros que se comunicaran lo antes posible con los Medici y no perdieran el tiempo con ninguna otra persona en Florencia.
Y vaya si lo consiguieron. Hasta el siglo XVIII fueron varias las generaciones de los Medici que vivieron del desarrollo de la Banca Medici durante el siglo XV, por no afirmar que en la actualidad Florencia vive y seguirá viviendo del pasado: la última Medici,
Ana María Luisa, legó en 1743 todo el patrimonio artístico de los Medici a la ciudad de Florencia. Sigamos. Cuando Juan de Medici cedió su negocio a su hijo
Cosme el Viejo en 1420, la Banca Medici tenía distintas sucursales en Venecia, Roma, Beujas, Génova, Pisa, Londres y Aviñón amén de haber adquirido participaciones en dos fábricas de lana florentinas (
aquí). Obviamente el resto de las familias florentinas trataron de contrarrestar la creciente influencia de los Medici con todos los medios posibles: conjuras,
envenenamientos (algo típico de la Edad Media y el Renacimiento), guerras, etc. En 1433-34 Cosme el Viejo y muchos de sus partidarios se exiliaron en Venecia. Sin embargo, vuelve en 1434 una vez que derrota y destierra a la familia
Albizi. Los Medici mandan definitivamente en Florencia. Durante este periodo las relaciones (y/o rivalidades) entre las repúblicas de Florencia y Venecia, el ducado de Milán y el reino de Nápoles se vuelven más complejas (
Tratado de Lodi, 1454). En 1478 Giuliano, el hermano de Lorenzo, fue asesinado por la familia
Pazzi (apoyados por el papa
Sixto IV, 1474-84). Al mismo tiempo, algunos directores de sucursales se hicieron demasiado poderosos ya que
Lorenzo el Magnífico descuidó los negocios financieros en detrimento de su actividad política. De hecho, los Medici concentraron cada vez más poder mediante el control de los mecanismos de representación en la república (recordemos que no todos los ciudadanos podían votar).
En 1494 la familia fue expulsada siendo todas sus propiedades confiscadas. El dominico
Girolamo Savonarola se convierte en la nueva figura fuerte de la República al criticar todos los excesos que se estaban cometiendo: corrupción en el gobierno de Florencia, luchas perpetuas entre las distintas familias florentinas que únicamente buscan su propio interés, corrupción en el Papado, exceso de gastos y lujo mientras una parte cada vez mayor de la población vivía en la miseria.
Savonarola se convierte en el representante de los desesperados. En 1497, en la denominada
Hoguera de las Vanidades, la población se reunió en la Piazza de la Signoria para quemar trajes, joyas, pelucas, libros y todo aquello que recordase a un pasado lleno de excesos. El problema de Savonarola es que se convirtió en un dictador que acabó haciendo buenos a los Medici.
En 1537 Florencia volvió a reclamar la presencia de
Cosme el Joven y en 1569 se creaba el
Gran Ducado de la Toscana (que de facto, era una monarquía hereditaria). La influencia de la familia Medici era absoluta. Juan de Medici fue nombrado cardenal a los 13 años y fue elegido Papa a los 38 años con el nombre de
León X (1513-21). Este pontífice pasó a la historia por acoger a los artistas más relevantes de la época:
Rafael y
Miguel Ángel, entre otros. Para financiar la reconstrucción de
San Pedro recurrió a la venta sistemática de indulgencias y bulas. En otras palabras, se podía matar, violar y robar impunemente y no tener pecados si se tenía suficiente dinero para comprar bulas. Paralelamente la mayoría del pueblo vivía en la miseria y no tenía recursos para redimirse de sus pecados. Este hecho provocó la enérgica protesta del monje agustino
Lutero desencadenando la
reforma protestante (
aquí y
aquí). Tras un pontificado de transición, a León X lo sustituye Julio de Medici, primo de León X y sobrino de Lorenzo el Magnífico, que tomará el nombre de
Clemente VII (1523-34). Su papado estuvo lleno de equivocaciones y dificultades. En el conflicto entre
Carlos V y Francisco I por la hegemonía de Europa, apoyó al rey francés. La represalia de Carlos V fue severísima con el envío de los mercenarios alemanes (
lansquenetes). Tras el
tratado de Barcelona (1529), Carlos V prometió ayudar a los Medici a volver a Florencia y a cambio Clemente VII le coronaría de nuevo emperador. Y en efecto, en 1537 Florencia volvió a reclamar la presencia de Cosme el Joven. Sin embargo, la revuelta luterana le sobrepasó. La mayoría de los príncipes alemanes abrazaron el luteranismo para apoderarse de los bienes de la Iglesia y de los monasterios. Carlos V permitió el culto luterano por cuestiones estratégicas. Estamos en una nueva época:
el Concilio de Trento, América y las Guerras de Religión. Pero esa es otra historia.
***
Creo que Florencia se merece una visita. Algunas recomendaciones.
Excelentes (hay que superar las primeras páginas) las novelas de
Umberto Eco:
“El Nombre de la Rosa” y
“Baudolino”. Un testimonio de primera mano en
“Florencia Insurgente” escrito por
Maquiavelo.
Sobre la economía florentina podéis leer el extenso libro de
Goldthwaite: “The Economy of Renaissance Florence”. Sobre la Banca Medici se pueden leer las pp. 58-69 que tiene
Ferguson en “El triunfo del dinero”. Un libro clásico es
"The Rise and the Decline of the Medici Bank, 1397-1494", de Raymond de Roover.
Otros libros sin ánimo de ser exhaustivos son el libro de Boutier, Landi y Rouchon
Firenze e la Toscana (más académico); y
The House of Medici: its Rise and Fall de
Hibbert (más novelado).
En el cine recomendaría dos películas excelentes sobre las luchas entre el poder civil y el poder eclesiástico:
Becket (1964) y
Un hombre para la eternidad (1966)
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