lunes, 20 de mayo de 2019

La paradoja de la tolerancia por Karl Popper

Karl Popper, c. 1990s (original aquí)
Uno de los filósofos más importantes del siglo XX fue Karl Popper (1902-94) (más detalles aquí, aquí y aquí). En su libro más influyente, La sociedad abierta y sus enemigos, Popper defiende por encima de todo la democracia y cuestiona las implicaciones autoritarias de las teorías políticas de Platón y Karl Marx (por ejemplo, un marxista podría aceptar que algunas muertes son necesarias en el camino hacia la revolución, para Popper esas muertes no son tolerables). Popper está en contra del pensamiento único, el cual es historicista ya que considera que existen unas leyes deterministas que rigen el curso de la historia. Y esto es para Popper el talón de Aquiles del totalitarismo. Tenéis un especial en The Guardian dividido en cinco partes aquí: i, ii, iii, iv, y v.

Una de sus aportaciones más conocidas es la relativa a la paradoja de la tolerancia. Para Popper la tolerancia es un bien que hay que proteger. A continuación, cito textualmente de su libro La sociedad abierta y sus enemigos (2 volúmenes, Barcelona: editorial Orbis, 1984), capítulo 7 (vol. I), El principio de la conducción, la nota a pie de página 4 (pp. 267-68) donde expone la denominada paradoja de la tolerancia. Para una edición más reciente aquí.

(...)

La llamada paradoja de la libertad postula que la libertad, en el sentido de ausencia de todo control restrictivo, debe conducir a una severísima coerción, ya que deja a los poderosos en libertad para esclavizar a los débiles. En forma algo distinta, y respondiendo a una tendencia muy diferente, esta misma idea ha sido expresada claramente por Platón.

Menos conocida es la paradoja de la tolerancia: La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si se necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos.

Otra de las menos conocidas es la paradoja de la democracia o, mejor dicho, del gobierno de la mayoría; nos referimos a la posibilidad de que la mayoría decida que gobierne un tirano. El primero que sugirió que la crítica platónica de la democracia puede ser interpretada en la forma que aquí esbozamos y que al principio del gobierno de la mayoría puede conducir a autocontradicciones, fue, por lo que yo sé, Leonard Nelson (...)

Pueden sortearse fácilmente todas estas paradojas si se formulan las exigencias políticas en la forma sugerida en la sección II de este capítulo, o si no, quizá, de la manera siguiente: debemos exigir un gobierno que se rija de acuerdo con los principios del igualitarismo y del proteccionismo; que tolere a todos aquellos que se sientan dispuestos a la reciprocidad, es decir, que sean tolerantes; que sea controlado por el pueblo y que responda a éste, y cabría agregar que cierto voto de tipo mayoritario -junto con determinadas instituciones destinadas a mantener bien informado al público- consituye el mejor medio, si bien no siempre infalible, para controlar a dicho gobierno.

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