jueves, 23 de febrero de 2017

En defensa del libre comercio

El mercado de la independencia en Lima, c. 1843 (M. Rugendas); prensa aquí
No corren buenos tiempos para el libre comercio. Resulta muy triste que la creciente oposición a los tratados comerciales a derecha e izquierda del espectro ideológico y en cualquier parte del mundo (Trump, Le Pen, el triunfo del Brexit o la aparición de partidos populistas) se esté extendiendo. Que, además, el presidente chino, Xi Ping, alerte de los peligros de una guerra comercial y se presente como el mayor baluarte de la globalización y del libre comercio es cuanto menos sorprendente, debido a la falta de democracia en el país asiático.


Con la llegada de Trump a la presidencia de EEUU estas intenciones se han acelerado. En este sentido, el país norteamericano ha abandonado el denominado Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés y cuyos doce países suman el 42% del PIB mundial), ha amenazado con revisar el NAFTA (TLCAN, Tratado de libre comercio con América del Norte) y el funcionamiento de la Organización Mundial de Comercio (OMC) e incluso está dispuesto a imponer aranceles a las importaciones mexicanas y chinas. En clave europea, Trump está apostando por el Brexit, por la fragmentación de la UE y de paso está arrojando dudas cada vez mayores sobre el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (por sus siglas en inglés TTIP, responde al posible acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos). Desde Washington se ha llegado a insinuar que Alemania ha manipulado el tipo de cambio del euro con fines competitivos (noticia aquí). La estrategia es clara: cuanto más pequeña sea la UE y cuantos más estados, naciones y voces menos poder de negociación de la UE frente a los EEUU (espero que esto no se entienda como una defensa de la burocracia de las instituciones europeas, todo lo contrario). 

En Europa grupos anti-globalización parecen hacerle el juego a Trump criticando el reciente acuerdo aprobado por el parlamento europeo con Canadá (CETA) (véase nota del Parlamento Europeo aquí). ¿Quién ha votado en contra? La extrema derecha -representada por los grupos de la Europa de la Libertad y la Democracia (Nigel Farage) y de la Europa de las Libertades y las Naciones (Marine Le Pen)-, la izquierda radical -representada por la Izquierda Unitaria Europea (aquí se ubicarían entre otros el partido comunista portugués o los partidos españoles Podemos, IU y Bildu, entre otros) y la Izquierda Verde Nórdica (GUE/NGL)-, el grupo de los Verdes y algunos socialdemócratas de la región belga de Valonia y de Francia. Los grupos opositores al TTIP o al CETA temen que estos tratados permitan a las compañías multinacionales deteriorar las condiciones de los ciudadanos en sectores tan sensibles como la salud, la educación o los servicios sociales. En principio, todas las negociaciones y rondas sobre el TTIP están disponibles aquí y aparentemente no existe ese oscurantismo que predican los grupos políticos más populistas. Si algo bueno tienen las instituciones europeas es su lucha contra los monopolios y los abusos de posición dominante (veánse en este sentido las condenas contra Google, a la farmacéutica francesa Servier o las sanciones a bancos como Barclays, Deutsche Bank, RBS, Société Générale, UBS, Citigroup y JPMorgan).

A lo largo de la historia las reticencias al libre comercio siempre han sido muchas. La última y más llamativa se produjo durante el periodo de entreguerras. Tras la I Guerra Mundial y la recesión en la década de 1930 la globalización se frenó de manera considerable. Los gobiernos impusieron aranceles para estimular la demanda de bienes de producción nacional. En 1930, EEUU aplicó el arancel Smoot-Hawley, que elevó los aranceles sobre bienes importados a niveles récord y redujo su demanda. Los demás países respondieron con sus propios aranceles: el colapso del comercio internacional agravó la depresión. En definitiva, las importaciones norteamericanas de Europa se redujeron a un tercio, de 1,334 millones a 390 entre 1929 y 1932; las exportaciones, en otro tercio, de 2,341 a 784 millones. La producción industrial se contrajo un 46% en EEUU y un 42% en Alemania; el PIB de EEUU se redujo más del 26% y el  comercio mundial disminuyó un 66% entre 1929 y 1934 (datos procedentes de aquí). Esta reducción del comercio afectó negativamente al consumo, mantuvo la deflación, arruinó a miles de empresas e incrementó el desempleo hasta cifras insospechadas.

A medio y largo plazo el libre comercio y la competencia ha traído muchos más beneficios que perjuicios (más detalles aquí y aquí); si determinados grupos de presión y populistas de derechas e izquierdas prefieren los monopolios (por ejemplo, Thiel uno de los fundadores de paypal; entrevista aquí), el proteccionismo y el nacionalismo económico, yo prefiero pensar y defender que Europa es de sus ciudadanos, no es de ningún político y que los políticos son nuestros empleados.

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